lunes, 4 de abril de 2011

Entre lo políticamente correcto y lo descaradamente honesto


La historia de este artículo data del primer día del año de este 2011, originalmente iba a salir en Enero mismo pero por causas emocionales y materiales no pudo ser así[…] entiéndase los tres puntos encorchetados como: no me dio la gana exponer mis razones, y bueno hasta este momento pude, ya con mi computadora de regreso, sacarlo a la luz con unos agregados de su versión original.

Como les mencionaba, en aquella cena de año nuevo en casa de mi compadre Milton y unos camaradas presentes, entre chelas, la fogata y el cotorreo salió a relucir una frase para el argot de todo buen comunicólogo que se precie de serlo si desea hablar bien y lucirse e impresionar a sus vecinas (si dije vecinas) Lo políticamente correcto y lo descaradamente honesto, ¿Pero qué diferencia hay ente uno y otro?

Todos nos movemos entre contextos sociales, es decir espacios o escenarios en donde se desarrollan las interacciones interpersonales e intergrupales del día a día, estos contextos son cambiantes tanto en sus reglas como en la forma en que se entiende lo que se dice en cada uno de ellos. La capacidad para moverse adecuadamente entre ellos es una cuasi-nueva ciencia[1] que da en llamarse Inteligencia Social

En resumidas cuentas el contexto social se divide en tres contextos (los cuales no voy a hondar porque no es el tema):

Contexto proxémico: Las distancias y las posiciones que ocupan las personas para manifestar jerarquía, estado emocional o sentimientos entre las personas. Estar cerca, lejos, sentado o parado puede cambiar completamente el sentido de lo que se comunica aún las palabras sean las mismas

Contexto conductual: Todo lugar tiene reglas implícitas y explicitas al llegar a un lugar nuestro actuar puede afectar nuestra comunicación de manera contundente, es muy extraño que alguna vez veamos a una persona caminando desnuda por la calle o gritando y manoteando en una biblioteca o riendo a carcajadas en un velorio

Contexto semántico: Las mismas palabras pueden cambiar completamente su sentido si se dicen en lugares distintos, por ejemplo un ¿Qué onda güey? Dicho en un antro como saludo puede sonar a impertinencia en una iglesia en medio de una misa

Lo políticamente correcto

Saber leer estos contextos anteriormente mencionados nos permite pensar nuestro actuar y nuestra palabra antes de errarla o cag… de verdad gacho. En política todo se vale decir de todo, siempre que se diga con elegancia para que uno no salga mal parado. Ahí tienen frases como la del ex presidente Salinas “Yo no los veo, ni los escucho” o “No se hagan bolas” hasta el “Sospechosismo” de Santiago Creel.

Lo políticamente correcto es decir las cosas de manera decorosa y educada sin que por ello signifique que no están cargadas de veneno. Eufemísticamente haciendo alarde de un amplio y bien estructurado vocabulario, para no verse digamos, agresivo, vulgar o soez, aunque lo sea de manera por demás reconocida.

Un caballero por ejemplo puede decir: “Deseo profundamente intimar (o intimar profundamente) con usted mi apreciable dama”, lo cual sería políticamente correcto, en lugar de decir: “Nena tengo ganas de co…” lo cual sería un barbajanada de los barrios más paupérrimos.

En el lenguaje de los abogados (mal llamados licenciados) es donde más podemos encontrar este tipo de frases donde la velada amenaza deja bien parado al agresor (demandante) en medio de una extraña terminología.

Lo descaradamente honesto

Por otro lado están las personas que se dicen ser “Claridosas” (sincerocidas o sincerosuicidas) que en muchas ocasiones (o en la mayoría) cuando pisan callos son vistas como “vulgares y agresivas”. Como comensales que eructan satisfechos ante la mirada atónita de los que están a su alrededor. Este tipo de personas, porque de verdad son todos unos personajes, usan todo un repertorio de “ajos, ejos e hijos” para expresar al instante alguna incomodidad o sentimiento sin importar a quien se lleven entre las patas, hacen mella a su propia reputación, quedar muy mal parados o de plano chamuscan públicamente a quien sea.

Para concluir el idioma español es muy amplio. Aficionarse a un buen diccionario y leer bastante y aplicar la Inteligencia Social nos puede ayudar en mucho a dejar ser descaradamente honestos y se más políticamente correctos

¿Usted que decide?


[1] Digo cuasi porque no es algo que haya sido de resiente invención sino que toma mucho de otras ciencias como la sociología, la psicología y la comunicación

Cuando cae el telón (porque quisiera morir)


Buenos días queridos lectores se que he andado casi cuatro meses fuera de combate, fuera de línea y fuera de forma, pero ya estoy de regreso después de algunos raspones emocionales a causa de aventuras y desventuras, encuentros y desencuentros y la falta de una computadora con la cual escribir íntimamente, pero aquí esto de nuevo y ¡Al ataque!!

Cuando era niño (no se a que edad) un día me planteé “Si la mente tuviera un interruptor para apagarla, por supuesto que la apagaría, descansaría y quizás volvería a empezar…” Este era un deseo, una idea metafórica de una mente no sólo capaz de generar ideas, sino esquemas completos de pensamiento (ideas intrincadas con cierta relación lógica) De niño no fui muy feliz, y sin afán de conmiseración, he tratado durante muchos años de mi vida encontrar una causa a mi sentimiento constante de soledad subjetiva que he experimentado desde ese entonces. Eso de estar, pero no sentirse conectado o parte de determinado entorno nunca, lo que algunos llaman “vacío existencial” que me hace preguntarme ¿Por qué debo estar aquí? ¿Tiene algún sentido? Entonces se formulo en mi la idea de “muerte”

La muerte es parte de la vida, de todo que existe. Es el final de algo que alguna vez fue y ya no es…

Tuve varios encuentros con el concepto de “muerte”. El primero ocurrió cuando tendría entre 3 o 6 años, cuando un día caminando por la calle, de la mano de mi madre, vi a un indigente, sangrando de un oído, no se movía y a mi parecer “estaba muerto” y eso para mi fue “choque emocional” muy fuerte...

En otra ocasión vi a una señora llorando ante el cadáver de un perro callejero que llevaba algunos días en agonía, sus lamentos parecían más una manifestación de dolor por la muerte misma que por el animal en sí.

La muerte de una parienta de mi padre (no se que tan joven era) quien murió victima del cáncer y fue incinerada. Al pensar en sus restos volviéndose ceniza, me pasmo la idea de pensar en algo que existe y al siguiente segundo ya no existe.

La última fue la de mi querida amiga (A quién llamaré “Xan”, en respeto a su memoria). Debo aclarar que ya antes habían muerto parientes cercanos, como mi abuela paterna y mi abuelo materno, pero nunca me había enfrentado a la muerte de alguien tan cercano como ella, a causa de una neumonía que acabo con su vida en tan solo 15 días.

La muerte puede tener muchas causas, accidentes de toda clase, homicidio o enfermedad. La muerte de mi amiga me hizo reflexionar sobre esta última. Xan murió de una enfermedad que sólo la afecto a ella, nadie, ni su novio que tenia una relación estrecha con ella y quien solo padeció una fuerte gripa un par de día, se vio tan afectado como Xan.

Algo que me quedo claro a razón de la enfermedad es que si bien no somos inmunes a contagiarnos por el ambiente poco aséptico en el que transitamos, el estado emocional en el que nos encontremos influye en el nivel de respuesta de nuestras defensas ante virus o bacterias. La baja moral produce una baja respuesta de las defensas y un mayor esfuerzo para aliviarse. Tal vez por eso yo me enfermaba más y más constantemente que cualquiera de mis familiares. Para los que hemos experimentado la depresión y las ideas de suicidio, y me atrevería a decirlo sin temor a equivocarme, el concepto de “suicidio emocional”, es decir desmoralizarse a un nivel tan bajo que cualquier enfermedad o accidente podría ser fulminante.

Tal vez por eso las enfermedades se vuelven más fuertes, por algo que también me atrevería a llamar “aprendizaje genético” en el que los virus y las bacterias aprenden a responder a los medicamentos (Tal vez por eso los antibióticos tienen cada vez menos efecto y por ello sea loable su restricción)

Entendiendo que la muerte en muchas ocasiones precedió a una larga agonía y a un episodio anterior de fuerte depresión, puedo pensar que detrás de todo ello se encuentra el mundo de las ideas o mejor dicho las ideas que nos formamos de los hechos y lo que en lo profundo de nosotros significan.

Del “miedo madre” es, que para mi, es el miedo a la muerte derivan, el miedo a fracasar a no tener dinero o a quedarse solo, etc. Y tomando una idea de Víktor Frankl suena lógico plantearse “A menos que este 100% de que voy a morir, en un periodo muy próximo, no debería tener miedo a nada” es el significado que damos a los hechos lo que nos lleva para allá, al “miedo madre”.

Personalmente siempre me he preguntado ¿Por qué diablos mi mente sobredimensiona el significando de muchos hechos?. Aumenta mi ansiedad y aumenta mi miedo, entonces vienen esas ideas de muerte, me deprimo y me enfermo.

Personalmente experimento periodos de esta índole a los que llamo “mis episodios” de ansiedad-lucra-miedo. Estos “episodios” llegan a durar entre una hora u hora y media aproximadamente en los que mi mente genera “Nada tiene sentido” y construyo esquemas en lo que me imagino “Lo que pasaría si yo me muriera” incluso deseando y planeando como lograrlo, momentos de verdadera locura, luego la repentina calma.

He lideado con estos esquemas desde que tenía 7 años sin saber aún ¿Por qué?, pero trato por muchos medios de levantarme día a día, la lucha no termina, algunas veces se vuelve más intensa, aunque cada día se aprende un poco más de sí mismo evolutivamente, porque para mi no hay involución, sino miedo a continuar, a dar el siguiente paso

He buscado muchos caminos que me lleven a entender, algunos han fracasado, algunos han funcionado, algunos no tanto, pero voy aprendiendo.

Tal vez cuando cae el telón, no es porque la función ha terminado, tal vez es porque tenemos miedo a continuar con el segundo acto, no nos sentimos fuertes o tememos de pronto olvidar nuestras líneas o tal vez creemos que no hay ya segundo acto.