jueves, 3 de mayo de 2012

Mantis Religiosa



…Ya pa’ que le pones nombre al perro, ya ta muerto!

Dicho impopular



Me dijeron que había regresado a la capital, pero yo sé, por una amiga de ella, que huyo con un hombre, que se la llevo pal otro lado y jamás nadie supo su paradero…



Hoy volví al pueblo después de estar tres años preso y me enteré que hace más de un año que ella ya no vive aquí. Me lo dijo Don Esteban el señor del tendajón que está al lado local vacio donde alguna vez fue la Carbonería del difunto Don Manuel, ahí donde la conocí.



Recuerdo que fue un día en que ya pardeaba la tarde y estábamos por cerrar la Carbonería cuando se me acerco para preguntarme por la “Calle Honda” como llamamos a la Miguel Urbina la única calle grande y pavimentada del pueblo.



Buscaba a Doña Jacinta, la de los quesos y Yo le indiqué dónde era mientras ella se fue sonriéndome. No sé porque pero sentí como electricidad que recorría todo mi cuerpo mientras se alejaba con esa sonrisa en sus labios.



Supe que su nombre era Amelia que tenía 25 años y que había vivido muchos años en la capital de donde había regresado. Yo no la recuerdo, pues vine a vivir San José cuando era adolecente y ella tenía mucho de haberse ido, además de que el pueblo nunca la mencionaba, ¡sabrá Dios!…



Me cuenta Don Esteban que de niños, ella y sus dos hermanos pasaron muchas hambres luego de que su padre los abandonara y se quedarán solos con su madre que al poco murió, que perdieron toda su cosecha y se murieron todos sus animales luego de aquella sequia que azoto el pueblo ese año, que Amelita, como le decían, se las había ingeniado para huir de este ¡Maldito pueblo! al que prometió nunca regresar.



Me enteré que había decidido regresar a San José, convertida en toda una señorita decente y refinada, como esas estiradas que vienen de la capital, empeñada en borrar la imagen de niña “mugrosa” y “muerta de hambre” que un día huyo del pueblo. Tal vez sólo regresó para demostrarles a todos quien era ella ahora.



A la tarde siguiente volví a verla pasando por la Carbonería, y cuál fue mi sorpresa a ver que regresó directo hacia mí para preguntarme ¿Cómo me llamó? A lo que recuerdo con respondí con pena. Tarsicio y volvió sonreírme.



Desde ese día pasaba casi a diario a verme a la Carbonería, al terminar mi día. Yo le platicaba sobre el pueblo, sobre como éramos afortunados los pocos hombres que no nos habíamos ido pal norte como lo habían tenido que hacer mi hermano Vicente y mi primo Nacho que se dedicaban a arreglar lo camiones foráneos, los que venían de Macías y Arreguin, que se quedaron sin chamba cundo la compañía contrato a otros mecánicos.



Ella me contaba sobre la capital, sobre las grandes tiendas y lo cines, los paseos, los grandes monumentos y la vida glamurosa que tenia por allá. Siempre me pregunte por qué se había regresado pal pueblo si allá estaba muy bien y me contó que había conocido a un hombre muy rico mucho mayor que ella, que le dio una muy buena vida pero con el tiempo se fue volviendo infiel hasta que la dejó para irse con una muchacha menor que ella, creo era su sirvienta.



Salíamos a caminar por la plaza, ella con su vestido rosa y yo con mis mejores galas que no eran muchas. Luego yo le invitaba un helado, de esos que se pusieron al lado de la casa de Doña Petra. Nos sentábamos en la fuente on ta’ la presidencia y platicábamos hasta pasada la media noche y yo la acompañaba a aquella casona donde vivía, la que compro con el dinero que heredo del fulano aquel después que se difuntió y que lo que no la dejó mal parada,



Lo nuestro fue un amor tan acelerado como peligroso y loco, pues nos habíamos convertido en extraños amantes. Nunca nos dijimos palabra alguna ni hubo una petición. El tiempo con ella se escapaba como el rio y las horas para verla se me hacían eternas, todo parecía un sueño, como una de esas películas en las que una casi sabe que va suceder.



Todo parecía perfecto, lo feo vivo después, precisamente esa noche en que ella me llegó llorando y casi sin poder pronunciar palabra entre sollozos, que me dijo tener un problema de dinero del que nunca supe exactamente lo que fue. Alarmada me suplico que necesitaba ese dinero, que era de vida o muerte. Era por mucho lo que yo podía darle, pero yo la amaba y no podía dejarla así.



Fue que fuimos a on ta la Carbonería on de sabía que había dinero, que rompí las cerraduras y me llevé ese dinero del que después me pidió cuentas Don Manuel. Dicen que fue esa decepción mía la que lo mató y que su entierro acabó con lo poco que quedaba de la Carbonería, que por eso la cerraron y esa culpa es algo que nunca me va a dejar.



Yo le juré a Don Manuel que habían sido unos bandidos los que se habían metido a robar ese dinero y casi me creyó sino es porque el nieto de Don Esteban que lo vio todo me desmintió y le dijo la verdad a los gendarmes, los que después me llevaron arrastras de mi casa pa la cárcel en medio del tumulto de las miradas de todo el pueblo.



Pedí clemencia pa no ser llevado preso, pero nada paso. Los días en la cárcel se volvieron cada vez más oscuros y tristes. Pensaba en ella, pensaba en mi familia y en el pueblo al que había defraudado y que quizás me odiaba con justa razón, pero principalmente en el pobre Don Manuel.



Recuerdo que un día vino ella, con ese vestido rosa y pidió verme. Sentí como si una luz brillante se acercara a mí para iluminar mi oscurecido rostro entre lágrimas y ella me abrazó llorando también. Me dijo que le había salvado la vida y que seguro Dios me iba a recompensar por lo que hice, que ella me iba a sacar de ahí, que Don Manuel y el pueblo tendrían una explicación y hasta me lo agradecerían. Me prometió de rodillas que iba a hacer todo lo posible y lo imposible para sacarme de ahí. Su gesto me conmovió y me dio esperanzas, las mismas que más tarde se desvanecerían, pues ella jamás volvió, esa fue la última vez que la vi.



Pasaron los días y los meses y mi dolor se fue volviendo odio. No sé cuantas noches recordaba lo que pasamos juntos para terminar ingeniándomelas cómo iba yo a matarla cuando saliera de ese maldito lugar



Recuerdo que no todo fue tan malo, que esa noche en que iba a ser navidad los dos hablamos de las penas de nuestras vidas y terminamos llorando y dándonos un abrazo my fuerte, y a pesar de todo fue quizás el momento más sincero que vivimos y eso es algo que guardé en el corazón.



Así pasarán tres años, recordándola, llorándole, añorándola y queriéndola matar después, hasta que un día me dijeron que podía salir, ¡Era libre al fin!



Fue que regresé al pueblo y me presente frente a la puerta de su casa, ya era de tarde y yo aún traía una bolsa con los triques que me quitaron cuando entre a la cárcel. Toqué y toqué en vano su puerta, hasta que una vecina salió pa decirme que esa casa estaba abandonada hacía mucho tiempo y entonces supe que se había ido, quizá muy lejos. Alguien me dijo que se burlo de mucha gente, que más de alguno deseo su muerte y que por el miedo fue que huyo una noche sin ser vista con la ayuda de no sé quién.



Solo y triste fui pidiendo posada de casa en casa en medio de la noche; pos yo ya ni casa tenía. En el pueblo muchos ya no querían ni verme, menos darme una cama. Seguí insistiendo en medio de insultos y negativas hasta que Doña Petra se apiado de mí y me dio un cuarto.



Esa noche no podía dormir y llorando de rabia me salí de pa’ agarrar camino al rio, depuesto a matarme para acabar con ese dolor y esa impotencia. Fue así que tome una soga, la até a aquel viejo árbol junto al rio, hice un nudo en mi cuello y salté con todas mis fuerzas me dispuse a ahorcarme.



Comencé a sentir la muerte recorrer todo mi cuerpo, sentí la falta de aire y mi cuerpo endurecerse hasta que no supe de mi. Pensé que la muerte por fin había llegado, cuando de pronto vi una luz tan blanca que casi me dejaba ciego. Fue que se rompió la soga y sentí que respiraba el aire fresco, que estaba vivo de nuevo. Entonces caí de rodillas llorando, en medio de la oscuridad y supe que realmente todo había acabado.



FIN

Queridos lectores:


Quise escribir este pequeño cuento a manera de catarsis o de expiación, como sea esta versión quizá cambie alguna vez o no es la primera idea que tuve inspirada en una vivencia personal y en el cuento “Es que somos muy pobres” de Juan Rulfo, quienes me conocen lo saben. Si hay una idea por hay para mejorarlo bienvenida.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Agradezco tus comentarios